El anhelado desconfinamiento que estamos viviendo, escalonado y regulado, dentro cada una de las fases establecidas, nos ha hecho (re)descubrir nuestra ciudad bajo una nueva luz. Nuestro renovado apetito de espacios exteriores se ha visto agradablemente sorprendido por un insólito paisaje urbano: calles tomadas por los viandantes y las bicis, calles más limpias y silenciosas, con menos tráfico que nos llevan a replantearnos nuestro modelo de ciudad, que dábamos por indiscutible y obvio. Hemos tomado consciencia del espacio público, de la importancia del paisaje urbano.
Unos pocos meses han sido suficientes para que inesperadamente percibamos nuestros espacios públicos más atractivos y acogedores, lo que inevitablemente nos hace dudar…¿Otra ciudad es posible?
Las crisis alteran nuestra realidad, nuestra rutina y manera de proceder en el sentido más amplio, ya sea personal o profesional. Son momentos idóneos para revisar lo hecho y tomar la decisión de cambiar para ser aún mejores. Las crisis marcan el inicio de nuevos ciclos, y tengo la sensación, en este sentido, que el siglo XXI acaba verdaderamente de empezar estas últimas semanas.
Las ciudades tienen que ser capaces de leer este nuevo escenario, para poder poner en marcha actuaciones quizás impensables a principios de año.
Málaga está en un momento bastante favorable que no habría que desaprovechar. Hace algunos días, varios medios inmobiliarios destacaron que nuestra provincia se había aupado, en este primer trimestre, a la segunda posición donde el mercado de obra nueva es más activo, por detrás de Madrid y por delante de Barcelona. Sin duda el número de viviendas proyectadas o en construcción es destacable (4.424 unidades) y positivo, pero quizás estemos derrochando metros cuadrados sin “valor añadido” que podrían situar a Málaga en los primeros puestos de la innovación residencial. ¿Por qué no?
En unas cuantas ciudades, se han ido desarrollando barrios novedosos, priorizando el espacio público libre de tráfico rodado, y fomentando una arquitectura menos agresiva con el medio ambiente que a su vez favorezca el bienestar de sus habitantes.
En 2013, se iniciaron las obras del Ecobarrio del Fort d’Issy, en las afueras de París. Como su nombre indica el barrio se instaló en los terrenos de un antiguo fuerte militar que protegió la cuidad durante la segunda mitad del siglo 19. Esta operación urbana, varias veces premiada, transformó 12 hectáreas en una zona residencial sostenible y tecnológica, con 1623 viviendas (300 sociales), 2.300 m2 de comercio, equipamientos y 44.000 m2 de zonas verdes para 3.600 habitantes, repartidos en 18 edificios certificados de bajo consumo. El colegio, con estructura de madera y utilización de materiales naturales fue pionero en Francia. Los inmuebles, de arquitectura curvilínea, están dotados de domótica interconectada que permite conocer y modificar en tiempo real su propio consumo energético. El agua caliente está garantizada mediante geotermia, mientras que una red neumática permite la recogida selectiva de residuos domésticos. El acceso rodado está limitado a un anillo perimetral que da acceso a los aparcamientos subterráneos de cada uno de los edificios, liberando la superficie para viandantes y bicis.
En España también podemos encontrar actuaciones destacables. En 2003, se iniciaron las obras de la Ecociudad de Valdespartera al sur de la ciudad de Zaragoza: 243,2 hectáreas, con 9387 viviendas (un 97% de VPO), 600.000 m2 de zonas verdes y 270.000 m2 de espacios públicos.Un ambicioso proyecto, con la colaboración del Grupo de Energía y Edificación del Departamento de Ingeniería Mecánica de la Universidad de Zaragoza, que buscaba reducir significativamente la “huella ecológica” aplicando 3 principios: una ordenación urbanística con criterios bioclimáticos basada en la orientación óptima de los edificios. Un diseño arquitectónico adaptado a la climatología de la región y un sistema constructivo con materiales sostenibles y elevados niveles de aislamiento. Un proyecto, que quizás no haya alcanzado todos sus objetivos, pero que tuvo el mérito de establecer criterios que hoy en día pocas actuaciones de este tipo aplican.
En Málaga, “Manzana Verde” es la única actuación reseñable. En 2015, el Ayuntamiento aprobó dicho Plan Especial situado en terrenos del Camino de San Rafael y ocupados por Servicios Operativos municipales y la EMT. El concurso «NUEVOS MODOS DE HABITAR – MANZANA VERDE», lanzado en 2017, fue un éxito: 100 propuestas para ordenar un barrio sostenible de 94.000 m2, con 963 unidades. La riqueza de los proyectos demostró que diseñar un edifico residencial colectivo de calidad, sin recurrir al mal llamado, y mediocre, patio de luces, es posible. Cinco estudios de arquitectura fueron seleccionados. El año pasado se adjudicaron los proyectos constructivos de la primera fase, y actualmente se está a la espera de la activación de las obras de urbanización.
Por su planteamiento inicial, “Manzana Verde” es la actuación más innovadora del sector en Málaga. Es una apuesta por una ciudad compacta policéntrica, con mezcla de usos y de proximidad a los servicios básicos, es la vuelta a los barrios. Confiemos que sea la primera de muchas.
Personalmente, espero más de una ciudad que por volumen de obra nueva está en los primeros puestos, pero que en cuanto a innovación mantiene un papel insignificante. No dudo que en muchos ámbitos Málaga sea puntera, sin embargo, no deja de sorprender, que una ciudad que aspira a Capital Europea de la Innovación 2021 no busque destacar, y ser referente, en un sector protagonista de su economía. Tengo la sensación de que se está desaprovechado una oportunidad, ojalá me equivoque.
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Arquitecto coordinador de ejecución en el Estudio Ángel Asenjo y Asociados de Málaga
Esperamos que os haya sido útil el artículo «El residencial malagueño: sobresaliente en volumen, suspenso en innovación«. Recuerda inscribirte en nuestra newsletter para estar informado de todas las novedades de Obra Nueva en Málaga y noticias relacionadas con el mundo inmobiliario. Quiero inscribirme ahora
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