¡Pepito, hora de levantarse, vas tarde! El grito de mi madre no falla: me levanto cómo un resorte, aunque sea con los ojos entreabiertos y la mente todavía perdida en la neblina de mi último sueño. Son las 7h30 y empieza otro día más de cole con su inamovible rutina de cada mañana. Salto de mi cama y, después de una parada rápida al baño, tomo la curva que me lleva a la cocina donde me espera el desayuno que me ha preparado mi madre. Mientras mi padre se despide para irse al trabajo, me subo a mi silla para tomarme mi Nesquik y unas cuantas galletas. Seguidamente intento recuperar el tiempo perdido entre las sábanas corriendo por el pasillo. Me limpio los dientes a toda velocidad, me peino, lanzo mi pijama encima de mi cama y me enfundo la vestimenta del día, todo ello bajo los comentarios sarcásticos de madre. Por fin estoy listo. Con la mochila ya puesta abrazo a mi madre y salgo corriendo de nuestro edificio para irme al cole. Soy de los que van solos, tengo la suerte de vivir a unos 15/20 minutos a pie.
En cuanto salgo de mi portal, y desde mi escaso metro veinte, intuyo que del otro lado de la barrera de coches aparcados hay mucho tráfico. Al llegar al paso peatonal, me asomo al carril cuando de pronto pasa delante de mis narices un automóvil que no me había visto. Por suerte un coche se para y me atrevo a cruzar viendo que la moto que iba a colarse se percata de mi presencia. La inhóspita calle me concede el permiso para alcanzar la estrecha acera de enfrente donde me esperan dos enormes contenedores de basuras mal colocados, con parte de lo que debía ser su contenido vertido en la acera. Evito como puedo estos obstáculos y no puedo resistirme a zigzaguear entre los bolardos metálicos instalados para impedir el aparcamiento incívico, aunque recuerdo con cierto dolor el día que me abrí la cabeza contra uno de ellos mientras perseguía a mi amigo Juan. Si no hubiera sido por aquella bici encadenada a uno de ellos, habría conseguido mi marca personal en el eslalon de hoy. Mañana volveré a intentarlo si dejan de utilizar la acera como zona de estacionamiento. Cosas del karma, fue pensar en eso y tener que pararme en seco para dejar paso a un scooter que había echado el ojo para aparcar en el entrante de un portal donde solemos jugar con la pelota por las tardes, a pesar de las quejas de algunos vecinos. Acelero el paso y aguanto la respiración mientras supero la nube de gasolina quemada que acaba de escupir. Sigo adelante hasta llegar a la altura de la valla de la obra que recorre toda la calle de mi cole. Estiro el brazo para ir tocando los barrotes mientras voy saltando encima de sus salientes de hormigón. Voy justo de tiempo, pero no puedo resistirme a una parada al ver a mi amigo Felipe asomado a aquel agujero de la lona de protección. Le saludo y me deja un hueco, las vistas son impresionantes: los obreros están instalando una tubería casi tan grande como yo, mientras una excavadora está abriendo una zanja. De pronto oímos el timbre del colegio y salimos pitando para ver quien llega primero a la puerta, no sin antes esquivar la papelera de acero y el banco que instalaron la semana pasada donde, dentro de unas horas, me esperará sentado mi abuelo para recogerme al mediodía…
Más allá de estas aventuras matutinas de Pepito, a modo de pequeño homenaje a “Le petit Nicolas” (la referencia literaria de mi infancia), existe una realidad: las calles de las ciudades no son un espacio amable para los niños. Los adultos somos así de paradójicos: queremos que aprendan cuanto antes a ser personas autónomas y responsables, pero por otro lado somos cada vez más reticentes a dejarles explorar por ellos mismos el universo urbano de su entorno más inmediato. No es frecuente cruzarse con un niño como Pepito, de 10 o12 años, yendo al cole sin ser acompañado por un adulto. Sería visto cómo una irresponsable excentricidad. Estamos lógicamente condicionados por el miedo al accidente fortuito o algún encuentro indeseado. Un contexto que hace difícil el aprendizaje de los códigos cívicos y el respecto al espacio público, uno de los pilares de la vida en comunidad ciudadana.
El urbanismo se ha dedicado a delimitar espacios específicamente diseñado para usos determinados evitando la polivalencia. Es el mundo de los peques ordenado, clasificado y delimitado con criterios de adultos: un colegio rodeado de calles que se colapsan cuando los padres “sueltan” a sus hijos por la mañana, parques infantiles acotados por un vallado, centros de ocio a modo de supermercados-burbuja diseñados para consumir el producto in situ.
“En el pasado, no hace tanto tiempo, los niños tenían miedo del bosque, donde nos encontrábamos con los lobos y las malvadas brujas, mientras que se sentían protegidos por la ciudad. Hoy las cosas se han invertido, porque es la ciudad la que se ha vuelto hostil.” Norberto Bobbio, 1996. La ciudad de los niños. Un modo de pensar la ciudad (prólogo).
Progresivamente los niños han abandonado la calle, expulsados por la irresistible y planificada invasión del espacio urbano por el automóvil, el auténtico “propietario” del suelo público de la ciudad.
Antes que los niños desaparezcan de nuestras ciudades es necesario quitarles el miedo a las calles para que experimenten por ellos mismos, entregándoles el espacio urbano. Hay muchas iniciativas en marcha que, aunque no hayan conseguido cristalizar una toma de consciencia general, pueden dar algunas pistas para actuar.
Tenemos que reducir la velocidad de los coches en las ciudades, devolver el espacio urbano a los viandantes de manera a que sea el automóvil el que se vea como un invitado no deseado, un cuerpo extraño.
¿Por qué no trabajamos con los niños en vez de para ellos? Aumentar la participación de los jóvenes en la gobernanza local. Quizás busquen otra cosa que un enésimo parque con tobogán y columpios pintados de colores primarios, un clon urbanístico que ha invadido nuestras ciudades ¿Tenemos claro lo que necesitan? ¿Acaso alguien les ha consultado?
El cierre de calles por un día para ocio de niños (y no tan niños) puede parecer a primera vista un postureo estéril pero su aplicación masiva y periódica en todos los barrios de una ciudad podría ayudar sin duda a cambiar prejuicios y mentalidades inmovilistas haciendo ver que otro urbanismo es posible.
El informe “Cities Alive: Designing for Urban Childhoods» redactado por ARUP analiza 40 actuaciones globales y proporciona recomendaciones concretas para líderes urbanos y profesionales del diseño:
- Concebir espacios lúdicos más allá de las funciones básicas del diseño. Cualificar las calles para que sean algo más que un lugar de paso.
- Fomentar el sentido de propiedad del espacio público a través de la co-creación y el aumento de la actividad ayuda a disminuir el vandalismo y los costos de mantenimiento.
- Creación de encuentros lúdicos como arte público o diseños imaginativos de paradas de autobús invitan a la interacción juguetona como parte de los viajes y actividades cotidianas.
- Zonas verdes polivalentes para satisfacer múltiples propósitos durante todo el año, como parques con zonas de juego, cultivo y deporte.
- Espacios comunitarios multiusos para hacer un uso inteligente del espacio alrededor de las escuelas, y otras instalaciones, permitiendo su uso fuera del horario habitual.
- Incluso las obras pueden convertirse en lugares atractivos y educativos para la comunidad local, por ejemplo, mediante un diseño de vallado adaptado que haga visibles los trabajos.
El documento sugiere que ignorar las necesidades de los niños puede llevar a impactos económicos y culturales negativos a medida que las familias optan por mudarse a lugares más adecuados.
“Si pudiera cambiar una cosa para mejorar las calles cerca de donde vivo, prohibiría los coches para que los niños pudieran jugar afuera en la calle.” (niño de 9 años, Londres. Respuesta a una encuesta de ARUP)
Deberíamos ser capaces de diseñar la ciudad teniendo en cuenta al pequeño Pepito (o Pepita) que todos hemos sido, pero en vez de eso nos focalizamos en nuestro universo presente de adulto activo que se olvida demasiado fácilmente de lo que fue y también de lo que acabará siendo. El abuelo de Pepito también es parte de la ciudad…pero esto daría para otra historieta.
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Arquitecto coordinador de ejecución en el Estudio Ángel Asenjo y Asociados de Málaga
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