¿Alguna vez te has detenido a pensar cómo definirías la esencia de tu profesión con una sola frase? No es tarea sencilla. Unas pocas palabras seleccionadas por ti perfilarán tu punto de vista y expectativas sobre aquella actividad a la que dedicas gran parte de tu vida. Piénsatelo bien porque la respuesta desvelará un fragmento de tu personalidad, y dejará expuesta la naturaleza de tu relación, ya sea puramente interesada o pasional, con tu trabajo.
En el caso de la arquitectura, este ejercicio introspectivo parece casi inevitable. Tal vez sea porque, como colectivo, a menudo sentimos que hablamos un idioma distinto al del resto. Vivimos con la constante necesidad de explicar nuestro papel en la sociedad, buscando comunicar, con mayor o menor éxito, lo que nos mueve a construir el mundo que nos rodea.
Por supuesto, las reflexiones de mis colegas más mediáticos son las que más eco generan. Personalmente, siempre me he sentido identificado con estas frases. Llevan acompañándome desde la universidad y han dado forma a mi visión de la arquitectura.
LOUIS I. KAHN: “La arquitectura no solo es una profesión, es una pasión que consume cada fibra de tu ser.”
LE CORBUSIER: “La arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes reunidos bajo la luz.”
JEAN NOUVEL: “La arquitectura no debe sólo ser bonita, debe ser funcional y responder a las necesidades de las personas que la utilizan.”
A estas tres estrellas no me resisto a añadir una cuarta, muy inspiradora, que rompió moldes y que permanece en mi memoria.
ZAHA HADID: “La arquitectura realmente va sobre el bienestar. Creo que las personas quieren sentirse bien en un espacio… Por un lado, se trata de un refugio, pero también se trata de placer.”
Tengo edad para mirar hacia atrás y darme cuenta del tiempo que llevo trabajando. Me estoy acercando peligrosamente a los treinta años de profesión, lo que supone algo de experiencia, muchos defectos aún por pulir y una visión medianamente definida de esta actividad. Un recorrido durante el cual he ido consolidando mi propia interpretación: la arquitectura es diseñar lugares de vida. Porque, en última instancia, nuestra labor debe girar en torno a las personas: como viven, como interactúan y cómo hacer para que sean más felices…algo que se nos olvida demasiado a menudo.
Mi experiencia personal en la arquitectura me ha llevado a especializarme en el residencial colectivo, con alguna que otra incursión en proyectos destinados a otros usos.
Cómo ya dije en otra ocasión, llevo tiempo considerando la vivienda, sobre todo plurifamiliar, cómo el encargo más complejo y el mejor revelador del pensamiento arquitectónico del proyectista. Diseñar estos singulares lugares de vida, más allá de una suma de x viviendas geométricamente encajadas, que favorezcan las relaciones vecinales haciéndonos sentir parte de un todo, requiere lo mejor de nosotros.
Dar respuesta a una de las necesidades básicas humanas quizás sea el origen de nuestra profesión. Construir un refugio es uno de los impulsos más primarios de la humanidad, desde las primeras estructuras habitacionales, como chozas, cuevas adaptadas o viviendas rudimentarias. La arquitectura residencial nace como una respuesta directa a la vulnerabilidad humana frente a la naturaleza. Este concepto sigue vigente en la actualidad; las viviendas continúan siendo diseñadas para ofrecer confort térmico, seguridad y privacidad. Afortunadamente el continente ha evolucionado, pero el contenido sigue siendo el mismo: un hogar, un lugar que trasciende lo físico para alojar lo emocional que con los años acaba actuando como la “magdalena de Proust”. La vuelta a la casa de nuestros padres desencadena siempre recuerdos que parecían olvidados.
Cada uno de nosotros guarda una visión íntima y única de lo que es un hogar. Una representación moldeada por los recuerdos de la niñez y que sigue presente en el adulto que somos. En mi caso, crecí entre la casa de mi abuela y la de mis padres, “la mía”. A esa edad uno percibe todo lo que acontece en esas viviendas como algo normal, sólido e inalterable: las reuniones familiares en la cocina compartiendo platos y risas, los abrazos en el vestíbulo, las pelis en el salón o los juegos en mi propia habitación junto con mi hermano.
Pero el tiempo es implacable y un día te das cuenta de que dejas de llamar “mi casa” a aquel lugar que te vio crecer, porque tu casa ya es otra. Aunque sabes perfectamente que la puerta de entrada que cruzabas corriendo de niñ@ sigue allí, siempre abierta para ti.
Es cuando cambias el papel de hijo a padre, o el de hija a madre, que tomas consciencia de las dificultades para mantener un hogar y de la extraordinaria fragilidad de todo aquello que dabas por sentado, a pesar de estar envuelto por sólidas paredes de ladrillo y una potente estructura de hormigón. Y entonces valoras todos los esfuerzos invisibles que tus padres hicieron para construir un entorno lleno de vida y recuerdos.
Hay casi tantos tipos de hogar como personas, algunos más amigables que otros. Pero si formas parte de esos afortunados “inconscientes” que deciden ser padres, que sepas que tu hogar se llenará de ruido y múltiples altibajos emocionales inolvidables como el ocurrido aquel 5 de julio por la tarde mientras todos estábamos en casa: cumpliendo lo prometido, y con las notas en las manos, la tutora de Bachillerato Internacional llamó por teléfono a mi hijo para decirle que hiciese las maletas ¡que lo había conseguido! ¡que se iba a estudiar a Ginebra! … la ciudad en la que nací y me dió gran parte de lo que soy hoy en día. Una agradable travesura de la vida que me volvió a demostrar que con esfuerzo y sacrificio se pueden conseguir grandes cosas. No creo en las casualidades, si aquel anuncio nos atrapó en nuestra casa es porque tenía que ser así. Lo llevo grabado en mi memoria junto a la intuición de que, en ese preciso momento, aquellas paredes también se estremecieron al oír la noticia. Forma parte de las vivencias que, casi imperceptiblemente, han ido transformando una vivienda de tres dormitorios, que compró una joven pareja sobre planos hace más de 20 años, en el hogar de una familia con sus logros y tropiezos.
Lo que quiero decir con lo que acabas de leer (no tengo claro que lo haya conseguido) es que siempre hay un edificio residencial, un piso, una casa que da forma al paisaje de nuestra vida.
Así es la arquitectura: un escenario de tu vida, de tus emociones y recuerdos. Diseñar espacios que llegarán a formar parte del paisaje emocional de las personas hace que todas las dificultades y dudas que entraña esta profesión valgan la pena.
Porque, al final, todos tenemos una casa en la que pensamos al cerrar los ojos. Un lugar que, aunque ahora ya no sea nuestro hogar, permanece profundamente anclado en nuestra memoria y ligado a muchos de nuestros sentimientos.
Y en estas fechas tan particulares, estoy seguro de que conoces a alguien que vuelve a aquella casa para estar con los suyos. Yo sí 😉
Que pases unas felices fiestas rodead@ de tu familia y amig@s, quizás en aquel hogar que siempre llevas contigo.
Arquitecto coordinador de ejecución en el Estudio Ángel Asenjo y Asociados de Málaga.
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