Es una realidad: todos somos diferentes. Tú no te pareces a mí, ni yo a los demás. Cada uno tenemos una personalidad propia, con unas cuantas cualidades y algunos defectos, asumidos o ignorados, que tratamos de pulir según nuestra filosofía de vida. Raras veces nos gusta exactamente lo mismo, pero, paradójicamente, acabamos a menudo actuando en consonancia, será por el hechizo del omnipresente marketing consumista, la cegadora influencia de las redes sociales o sencillamente por aquello de querer sentirse parte de un grupo dentro un mundo donde prima el valor de lo individual.
Nos sentimos únicos y queremos que se nos trate como tal, ya sea en nuestras relaciones sociales, cuando compramos unos bienes o contratamos cualquier tipo de servicio. El inmobiliario residencial no es ajeno a esta corriente y, aunque sea con cierta asincronía respecto a otros sectores, ha incluido en su catálogo de venta una pestaña de opciones con un extenso desplegable. A pesar de una tradicional reticencia al cambio y a la innovación, hemos pasado de producir conjuntos compuestos por viviendas clonadas, donde los clientes tenían que adaptarse o reformarlas a su gusto nada más entrar en ellas, a ofrecer múltiples posibilidades que permiten hogares casi a medida (según el proyecto) para unos compradores que se van a hipotecar durante más de media vida…hablo del común de los mortales. Se trata de entregar un “corte” lo más perfecto posible, ya sea el cliente “alto, bajo, delgado o con unos kilos de más”. Conseguir transmitir una sensación de exclusividad evitando que, en el día de la prueba, el “traje” quede “largo, corto o muy estrecho”.
Con matices, y dependiendo de la promoción, los futuros propietarios pueden elegir acabados, sanitarios, grado de domotización, electrodomésticos y la disposición de su cocina. Incluso otras iniciativas, ya consolidadas, cómo las plataformas Viviendea o Designable, permiten, mediante distintos enfoques, la personalización de la distribución de la vivienda antes del inicio del proyecto.
Cómo era de esperar, el sector del lujo no se ha quedado al margen de esta tendencia del taylormade residencial, como lo demuestra la participación de grandes firmas del sector de la moda en varios proyectos a lo largo de nuestra Costa del Sol.
Multitud de configuraciones que ofrecen la posibilidad de conformar un hogar según las preferencias del comprador pero que deja fuera de cualquier modificación un elemento no arquitectónico que formará parte integrante del proyecto, para bien o para mal: el vecindario.
En efecto, como ya he comentado en varias ocasiones, nunca olvidemos que el residencial plurifamiliar, además de un lugar de vida, está vendiendo (o alquilando) un espacio de convivencia con otras personas que no conocíamos de nada antes de mudarnos allí. Una ineludible realidad, más aún cuando se están multiplicando y utilizando cómo argumentos diferenciadores comerciales, diversos tipos de zonas comunes, más o menos acertadas, que parecen obligarnos a llevarnos bien con cualquier vecino.
Al comprar una vivienda, lógicamente intentamos controlar cualquier desagradable imprevisto. Es la compra de nuestra vida y queremos que todo salga bien, pero nunca sabremos con adelanto si la “calidad” de nuestro vecindario corresponderá con nuestra personalidad y expectativas. Es la incógnita de una compleja ecuación matemática, que llevamos tiempo calculando y que descubriremos a última hora, pudiendo arrojar un resultado negativo o positivo.
Muchos lugares de vida, cuidadosamente diseñados por el arquitecto y deseados por el cliente, han fracasado por incompatibilidad con el vecino del tercero A o la familia del primero B. Un edificio residencial es el contenedor de una multitud de personas, cada una con su edad, sus circunstancias y sus creencias que curiosamente se suelen razonablemente repetir en cualquier comunidad de propietarios, tal y cómo lo ilustra con humor uno de los mejores dibujantes y creadores de historias de este país, en su obra titulada 13, Rue del Percebe.
De pequeño era un gran lector de tebeos. Recuerdo ir con mi padre, durante nuestras vacaciones alternas entre Málaga y La Coruña, a recorrer unos cuantos quioscos de la ciudad en búsqueda de las últimas ediciones del momento. Desconocía la razón, pero me fascinaba leer y observar aquella página única que, utilizando la sección de un edificio, permitía ver el interior de las viviendas y “escuchar” las conversaciones más o menos rocambolescas de todos los vecinos a la vez.
Los personajes de Ibáñez son muy característicos y auténticos: “Aquí (en 13 Rue del Percebe) había que hacer 28 gags por páginas… Pero a la gente le gustaba, yo creo que porque aquello tenía que ver mucho con la realidad de la vida.” (Francisco Ibáñez, El País, 2019, 05 febrero).
Sin duda una comunidad de vecino del tipo 13, Rue del Percebe es diametralmente opuesta a la deseada por cualquier propietario, pero también es cierto que podemos encontrarnos, en muchas de ellas, con algunos de los personajes de Ibáñez acomodados a 2023.
Manolo el moroso
Siempre tiene deudas pendientes con la comunidad. Paga a destiempo y parcialmente, sorteando astutamente las posibles reclamaciones jurídicas. Aunque no tiene derecho a voto, asiste a las juntas para manifestar su constante desacuerdo con cualquier iniciativa, sea cual sea.
Don Hurón
Es aquel propietario que ha instalado por su cuenta una toma eléctrica en su trastero para conectar un congelador XL y “abrir” un taller de carpintería. El sospechoso aumento del consumo de la comunidad, y los constantes saltos del diferencial, tienen al presidente desquiciado y atento al más mínimo indicio que pueda delatar a Don Hurón.
El tendero Don Senén
El “Chino” de toda la vida que la cuestionada globalización ha traído a nuestras ciudades. Vende de “todo y nada” a deshoras. La calidad no se paga.
La portera
Es “el ojo que todo lo ve” en la comunidad. Una fuente de información inagotable para el que sepa tratar con ella, aunque sea a cambio de conceder un cotilleo y con alto riesgo de ser su próximo trending topic. A pesar del auge de las redes sociales el personaje se mantiene vivo. Nada mejor que el contacto presencial.
El ladrón Ceferino
Ostenta un alto tren de vida, pero nadie sabe en que trabaja, incluso “la portera” tiene dudas. Algunos “buenos” vecinos aseguran haber visto a la policía llamar a su puerta.
Los niños gamberros
Es aquel grupo de 4 o 5 niños que poseen cierta maliciosa creatividad para dañar algún elemento común mientras “juegan” con él. Son escurridizos, y sus padres siempre tienen una coartada preparada frente a las constantes pesquisas del presidente. Paradójicamente, al crecer, se convierten en los más serviciales del edificio.
La anciana amante de los animales
Es antitaurina y vegana. Vive sola en el primero, rodeada de animales y con las persianas siempre bajadas. Todos temen encontrarse con ella y su efusiva “familia” en el ascensor.
La dueña de la superpoblada pensión
Hoy en día ha invertido en el sector inmobiliario: tiene, en la quinta planta, dos pisos para alquiler vacacional. Ruidos y desconocidos deambulando por las zonas comunes del edificio. La pesadilla de la comunidad.
El gato y el ratón
A la vecina del primero siempre se le escapa algún “familiar” que aprovecha para dejar algún recado en una esquina. Todos se quejan y presionan al presidente para que tome medidas…aún no sabe cuáles.
Son muchos más, pero espero, por tu bien, que no tengas ningún vecino parecido. Si es el caso, deberías volver a consultar la obra de Ibáñez. Quien sabe, quizás te ayude a tomártelo con cierto humor antes de plantearte una mudanza.
Los vecinos son los que ponen la sal a una promoción. Son necesarios, realzan su sabor, pero pueden convertir el plato más apetitoso del mundo en algo incomestible, y desgraciadamente, en este caso no podemos quejarnos a cocina. Son aquella parcela de incertidumbre del inmobiliario residencial, que nos encontramos constantemente en todo lo que hacemos a lo largo de nuestra vida.
Termino haciendo un llamamiento: si has averiguado cómo funcionan las escaleras del edificio de 13, rue del Percebe, por favor explícamelo…a los 7-8 años estaba convencido de que era un error de Ibáñez ¡Qué recuerdos!
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Arquitecto coordinador de ejecución en el Estudio Ángel Asenjo y Asociados de Málaga
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