Si hay algo que nos diferencia de las otras especies, con las que compartimos este mundo, es aquella extraordinaria capacidad de imaginación y creatividad. Conectar ideas con la realidad. Unas aptitudes que, desde los orígenes, nos han permitido materializar muchos de nuestros proyectos que surgieron en un rincón de nuestra compleja mente. Ya sea, sentado en alguna gruta recóndita, aprendiendo a manejar la primera herramienta de piedra, o hasta los recientes progresos en la fusión nuclear anunciados mundialmente por el Laboratorio Nacional Lawrence Livermore de California. Una constante e incansable búsqueda de la innovación que nos ha llevado, para bien o para mal, hasta donde estamos hoy en día. Todo nuestro conocimiento y tecnología es fruto de la imaginación, creatividad y trabajo de generaciones anteriores.
Aquellos cerebros privilegiados fueron capaces de transformar una idea, que germinó un día en lo más profundo de su mente, en algo tangible y transferible a los demás. Conseguir materializar una idea es el constante reto al que nos enfrentamos muchos en nuestras profesiones, pero también en nuestras vidas personales. Es el momento de la verdad, cuando se somete un concepto abstracto a examen, dejando a la vista de todos sus cualidades y eventuales carencias a pulir en la versión 0.2.
A pesar del tiempo que llevo en este profesión y de mi lógica edad, confieso que nunca he dejado de quedarme maravillado ante la materialización de un proyecto arquitectónico, sobre todo si he tenido la oportunidad de haber participado activamente en él. A riesgo de poder parecer sensiblero, me resulta fascinante, más aún sabiendo que todo aquello que ahora mismo está ocupando esa parcela empezó con unos cuantos trazos de lápiz sobre un papel vegetal.
El desarrollo de cualquier proyecto residencial está compuesto por múltiples etapas de carácter económico y arquitectónico necesarias para alcanzar la redacción del proyecto de ejecución. Es el momento en el que, todo lo estudiado, analizado y comprobado durante meses en oficinas, sale “a la calle”. Se inicia la fase de licitación: la búsqueda de una constructora que, en base al proyecto y sus condicionantes económicos, será la encargada de materializar el edificio descrito en la documentación e imaginado en un despacho de arquitectura.
Se inicia entonces la obra, la razón por la que nacen todos los proyectos arquitectónicos. La firma del acta de replanteo fija el día del pistoletazo, de la cuenta atrás para la finalización del edificio, una aventura que durará más de año y medio, pero que siempre resulta corta.
Es el momento de la verdad. La obra desvelará las cualidades y eventuales carencias del proyecto. Algunos temen esta fase y prefieren evitarla, centrándose en la parte conceptual, pero lo cierto es que todos los actores que forman nuestro sector deberían ponerse el calzado de seguridad, el casco y recorrer periódicamente la obra. Ser testigo de cada una de la fase constructivas del edificio aporta un conocimiento indispensable de la realidad de las cosas y de las consecuencias de algunas decisiones tomadas varios meses atrás, durante la redacción del proyecto. Es una autentica formación continua que permite una constante mejora de los proyectos, pero también un crecimiento personal del profesional involucrado.
Estar presente desde los primeros movimientos de tierra hasta la colocación del felpudo del portal, enseña a observar atentamente, a preguntar y a ser capaz de valorar los problemas para gestionar tomando decisiones resolutivas y prácticas que no mermen el edificio. El proyecto perfecto no existe y, aunque la metodología BIM nos acerca a ello, siempre surgen dudas que no se habían contemplado en fase de redacción. La obra es una etapa que aún puede estropear o magnificar un proyecto, por eso debemos estar presentes y atentos.
No es un entorno fácil. La construcción de un edifico requiere las participación de una multitud de empresas, cada una con sus intereses y metodologías, lo que suele generar tensiones y, porque no reconocerlo, algún que otro disgusto. Debe uno defender el proyecto y a su vez tener mano derecha para que todo llegue a buen puerto. Son cualidades que, por lo menos en mi caso, la escuela de arquitectura nunca mencionó pero que ayudan a que uno sea escuchado en esa particular Torre de Babel que existe en todas las obras.
Me sigue sorprendiendo la gran cantidad de mano de obra y trabajo laborioso que requiere la construcción, en contraste con la digitalización que han experimentado todas las fases de diseño. Seguimos dependiendo mucho del factor humano, quizás demasiado, lo que implica un aumento de las probabilidades de errores e incidentes, obligando a una cierta flexibilidad en la toma de decisiones.
Por muy planificada que esté una obra, no deja de ser un lugar complejo donde conviven personas con maquinaria a merced de las inclemencias del tiempo, de los despistes y descuidos, donde cualquier error tiene su precio.
No hay nada más didáctico que poder observar in situ la ejecución de los elementos constructivo descritos en un proyecto. Es la manera más sencilla de retroalimentar la fase de diseño con las incidencias detectadas en obra. Apuntalamos nuestro conocimiento y adquirimos confianza en nuestros criterios arquitectónicos. Aprendemos de la realidad para ser más rigurosos la próxima vez que cojamos un lápiz y un papel vegetal, con la intención de dibujar aquella idea que se nos acaba de ocurrir para este último encargo…
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Arquitecto coordinador de ejecución en el Estudio Ángel Asenjo y Asociados de Málaga
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