Están siendo una realidad. Algunas de las torres que planeaban su llegada a la capital de la Costa de Sol se están materializando ante los ojos de los malagueños. Las promociones Sky Urban y Málaga Towers exhiben las tradicionales banderas, proclamando, desde las alturas, la finalización de la estructura, mientras azotan los vientos hibernales que tratan en vano de poner a prueba su resistencia.
La vuelta de estos forasteros arquitectónicos, que parecían haberse conformado con la dolorosa conquista del barrio de la Malagueta en los 60, está en boca de todos. Prensa, radio, televisión y medios digitales alimentan opiniones encontradas que parecen colarse en cualquier conversación o evento institucional. Lo cierto es que el tema no deja indiferente a nadie. No es nada nuevo:
Hay en lo colosal, una atracción, un encanto propio donde las teorías convencionales del arte no son aplicables…¿Sin embargo, cual es el visitante que se queda frio ante tal presencia?¿Quién no volvió lleno de una irresistible admiración? ¿Y cuál es el origen de dicha admiración, sino la inmensidad del esfuerzo y la grandeza del resultado? La Torre será el edificio más alto jamás levantado por el hombre. Entonces, ¿no será ella también grandiosa a su manera?
La protesta dice que la Torre aplastará Notre-Dame, la Sainte-Chapelle, la torre Saint-Jacques, el Louvre, la cúpula de los Inválidos, el Arco del Triunfo, todos nuestros monumentos. ¡Cuántas cosas a la vez! Esto, de verdad, presta a sonreír. Cuando queremos admirar Notre-Dame, vamos a verla desde su plaza. ¿De qué manera, tras el Champ-de-Mars, obstaculizará la Torre a los curiosos colocados delante de Notre-Dame, quien no la verá? Por cierto, es una de las ideas más falsas, aunque una de las más extendidas, incluso entre artistas, la que consiste en creer que un edificio alto aplasta las construcciones circundantes.
Esta fue la respuesta de Gustave Eiffel a los detractores de la torre que tenía proyectada para la Exposición Universal de 1889 (extracto del artículo publicado en el periódico Le Temps, el 14 de febrero de 1887). En aquella época muchos artistas, entre los cuales Guy de Maupassant y Charles Garnier, manifestaron su rechazo ante “la erección en pleno corazón de nuestra capital, de la inútil y monstruosa Torre Eiffel”.
Las torres son auténticas estrellas arquitectónicas: fotogénicas, espectaculares y carismáticas, con un poder de atracción único. Su llegada a cualquier escenario urbano es sinónimo de gran expectación siempre envuelta en polémica. Una fuerte personalidad que deja en un segundo plano a cualquier otro edificio que se encuentre en sus alrededores, provocando cierto rechazo, sea cual sea el momento o el lugar. Hace más de 10 años, en Londres, una de las ciudades con más rascacielos de Europa, el proyecto The Shard (310m de altura), diseñado por Renzo Piano, tuvo que enfrentarse a la oposición de Paddy Pugh, director regional del English Heritage, organismo encargado de la protección del patrimonio: …”será un edificio maravilloso, pero está en el lugar equivocado…resta valor a varios panoramas de los monumentos históricos más importantes de Londres”. En este punto, cabe destacar la regulación londinense London View Management Framework (LVMF) redactada para proteger emblemáticas vistas panorámicas sobre sus edificios más significativos desde lugares estratégicos situados cerca del Támesis o en lomas del entorno. La normativa fija determinados corredores visuales dentro de los cuales se preserva el paisaje urbano de arquitecturas distorsionadoras que la perspectiva del ojo humano puede juntar con edificios históricos, aunque estén alejados físicamente varios centenares de metros. En aquel entonces se estimaba que el rascacielos, situado a casi un kilómetro en la otra ría, achicaba la silueta de la catedral Saint-Paul (edificio más alto de Londres hasta 1964) vista desde la colina de Parliament Hill. Finalmente, después de 12 años de dudas y tramitaciones, The Shard se construyó. Las obras finalizaron en 2012.
Lo cierto es que esta tipología edificatoria importada de los EEUU, su patria natal, se ha catalogado, desde la confirmación de su aclimatación a los entornos urbanos europeos, como una especie invasora. Muchos estiman, y no les falta razón, que su espectacular escala y consecuente incremento de edificabilidad son dañinos para nuestras ciudades. Se acusa a la arquitectura vertical de producir súbitas alteraciones en los ecosistemas urbanos históricos del viejo continente, provocando cambios importantes en la estructura de cualquier barrio en el que se asientan. La red viaria y los flujos de abastecimiento tienen que adaptarse a un cuerpo ajeno trasplantado en un organismo urbano con siglos de maduración y consolidación.
Podríamos debatir largamente sobre el significado de las palabras patrimonio o paisaje, y todo lo que ello implica. Perdernos en valoraciones teóricas, difícilmente entendibles por personas ajenas al sector, y que solo lograrían alejarnos de la necesaria implicación de todos los malagueños en este asunto. La ciudad es un escenario dinámico con un patrimonio muy ligado a los tiempos, no es un elemento fijo, su contenido va evolucionando a medida que su sociedad avanza y cambia. La defensa del patrimonio no tiene por qué ser sinónimo de oposición a todo lo que sea nuevo. No se trata de posicionarse a favor o en contra de la torres. Soy partidario de la diversidad edificatoria. Las ciudades deben tener la capacidad de integración de la arquitectura del momento, pero no a cualquier precio: » La arquitectura es el testigo insobornable de la historia, por que no se puede hablar de un gran edificio sin reconocer en él el testigo de una época, su cultura, su sociedad, sus intenciones … «. (Octavio Paz).
La valoración del paisaje urbano de la capital de la Costa del Sol tiene que ser más participativa, implicando a todos los ciudadanos que lo deseen, más allá de un dialogo tecnocrático y elitista entre arquitectos, promotores, urbanistas y políticos. Considero el skyline de la ciudad como un espacio público más, en constante evolución, propiedad de todos en general y ninguno en particular. Echo de menos el aprecio cualitativo y la protección consensuada de ciertos rincones de Málaga que sí percibo en otras ciudades, en las que el conjunto de la comunidad urbana valora de forma especial los característicos rasgos de su lugar de vida. Para alcanzar ese vínculo “arquitectónico-afectivo” es necesaria una labor pedagógica y divulgativa capaz de transmitir todo los aspectos en juego cuando se estudia la implantación de una torre. Solo así conseguiremos progresivamente el asentamiento de un cierto orgullo luchador constructivo, alejado de argumentos superficiales y partidistas, que evite el progresivo deterioro de algunos entornos urbanos. Nuestra ciudad ya cuenta con demasiados desaciertos arquitectónicos de dudosa factura, que suelen tristemente enemistarme con mi profesión cuando mi vista se cruza con alguno a la vuelta de una esquina.
Málaga parece necesitar una reflexión de conjunto coherente, para elaborar una hoja de ruta que le permita definir su posición frente a proyectos de este tipo, evitando una gestión del “caso por caso”. Una compleja tarea que implica un conocimiento exhaustivo de la ciudad: ser capaz de identificar para posteriormente preservar los paisajes urbanos que componen el mosaico de su personalidad. Definir como queremos ver (y que sea vista por el visitante) nuestra ciudad. Aún estamos a tiempo.
En definitiva, se trata simplemente de aprender a querer el lugar en el que vives: alegrarte de sus logros y estar a su lado para evitar que se equivoque.
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Arquitecto coordinador de ejecución en el Estudio Ángel Asenjo y Asociados de Málaga
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