Utilizamos a diario herramientas, incluso me atrevería a decir que cada profesión tiene las suyas propias, sin las cuales no podríamos llevar a cabo nuestra actividad. Somos dependientes de ellas. Muchas han evolucionado. Otras desaparecieron a cambio de ocupar una urna de vidrio en un museo. Mientras que algunas se siguen manteniendo, a pesar del tsunami tecnológico que se empeña en sumar una capa digital a todas la facetas de nuestras vidas, dejándonos a menudo boquiabiertos.
El arquitecto no ha podido escapar de esta ola. En estos 30 últimos años la transformación de sus herramientas ha sido extraordinaria e imparable. Yo mismo, he pasado de elaborar mi proyecto de fin de carrera rodeado de papeles, lápices, Rotring, vegetales, cuchillas y cinta de carrocero, a modelar un edificio en BIM a golpe de ratón…y todavía me queda mucho por aprender. El salto tecnológico no fue inmediato, en el camino tropecé con programas como CadStar, Archicad y el inevitable Autocad, auténticos escalones digitales que me han conducido hasta aquí. Durante este viaje profesional, que tiene un claro punto de inicio, y que aún no sé dónde me llevará, siempre he ido acompañado de un lápiz y un cuadernito, listo para apuntar o dibujar cualquier idea, aunque he de reconocer que desde hace un tiempo el móvil lo ha sustituido en mi bolsillo, sin llegar a erosionar la necesidad de bocetar de vez en cuando sobre un papel. Por mucho que la tecnología se haya apoderado de nuestra mesa de trabajo, seguimos valorando esta experiencia que remonta a los orígenes de la profesión y que consiste en dibujar a mano alzada lo que tenemos delante o lo que nuestra imaginación ingenia en algún lugar de nuestra mente. Un acto creativo, sencillo e inmediato, que revindicamos como un autentico patrimonio de nuestra profesión, exclusivamente elaborado por un ser humano con un lápiz afilado entre sus dedos y un folio en blanco. Es un convencimiento que asumimos inconscientemente, aunque seamos testigos de la formidable velocidad con la que la nuevas tecnologías están revolucionando ideas y conceptos que parecían inalterables.
No estamos preparados para asimilar esta innovación exponencial y a su vez procesarla. La información generada es ingente, lo que vemos y escuchamos es una parte infinitesimal de un todo que está permanentemente cambiando nuestro mundo.
Que mal ha envejecido aquella ley no escrita que promulgaba, hace unos años, que las máquinas solo serían capaces de realizar tareas repetitivas, dejándonos intacto el campo de la creatividad afortunadamente imposible de sintetizar. Otro prejuicio tecnológico que se me acaba de esfumar en menos de media hora. El tiempo necesario para descargarme Discord y poder entrar en la comunidad de Midjourney, un generador de imágenes a partir de indicaciones textuales. El programa de inteligencia artificial (o más bien machine learning, pero esto sería otro debate) elabora, crea o “imagina”, fotografías “inspiradas” en las palabras que voy tecleando: real estate, housing, townhouse, balcony, architecture, organic… Al pulsar enter, las imágenes aparecen progresivamente en pantalla al cabo de unos segundos, ofreciendo la posibilidad de crear variaciones o aumentar su definición. A medida que descubro la representación gráfica de mi texto voy asimilando este nuevo escalón tecnológico como un bofetada de realidad, titubeando entre una entusiasta fascinación y un temor darwiniano. La digitalización acaba de abrir las puertas de la creatividad, está ganándonos la partida.
El potencial es enorme. Los sectores dedicados al diseño, como la arquitectura, tienen que integrarlo en sus procesos creativos. Mecanoo, la reconocida firma de arquitectura de los Países Bajos, ya lo están aplicando: “Últimamente, he estado usando la IA como cuaderno de bocetos y biblioteca de ideas. Solía mantener mi cuaderno de bocetos cerca para poder anotar rápidamente ideas y conceptos para su uso posterior. Ahora ese proceso también se realiza con IA simplemente escribiendo ideas y conceptos en mi teléfono a través de Midjourney. Al igual que dibujar a mano, se ha convertido en un diálogo.” (Nuno Fontana, socio de Mecanoo).
Falta poco para que tengamos la posibilidad de generar edificios residenciales, con su planos de distribución, volumetría, cuidado diseño, a partir de textos descriptivos y datos numéricos. La tecnología existe, la podemos ver en los programas de diseño generativo. Solo es cuestión de madurez y de (poco) tiempo, para que vuelva a sorprendernos. No tengo ninguna duda.
Tendremos que adquirir los conocimientos informáticos necesarios para entender como funcionan estas herramientas y poder “entrenarlas” para obtener el resultado que buscamos. Las escuelas de arquitectura tienen la obligación de integrar, además de la tradicional asignatura de dibujo artístico, un departamento de programación permanentemente actualizado. El perfil de arquitecto con habilidades para programar y poder acceder a los mecanismo internos de los software de diseño, será uno de los más valorados.
Mientras todo esto ocurre, nos arriesgamos, los de mi quinta, a ser tildados de nostálgica Generación X. Unas “persona mayores” que otorgan continuamente extraños poderes educativos y culturales a los procedimientos analógicos. Lo estoy viviendo: nuestros adolescentes, nacidos en un mundo hiper digitalizado, ven aquello como una engorrosa iniciación que piensan descartar en cuanto les demos las herramientas digitales “sustitutorias”.
Reconozco, y soy consciente de poder herir la sensibilidad de más de uno con esto, que tengo cada vez más dudas sobre quien lleva más la razón. La inmediatez y subjetividad del boceto impedirá su extinción entre los arquitectos, pero quizás sobreviva únicamente como un acto creativo de algunos, seducidos por su sencillez y su gran poder de aproximación a la realidad. Del mismo modo, otros compañeros de profesión se inclinarán por la escultura, la pintura o, incluso, escribirán sus ocurrencias en la revista inmobiliaria de referencia de su ciudad.
Cada vez que manejo, con infantil ilusión y por primera vez, una novedosa herramienta digital, suelo echar la vista atrás…será por la edad. En estos momentos recuerdo a mi abuelo, cerrajero, por aquella ciudad de Ginebra de los años setenta y ochenta del siglo pasado, transformando su casa en una galería de arte improvisada entre el sofá, los sillones, la mesa del comedor y las pegas de mi abuela. Durante sus descansos en la fábrica se despejaba la mente con destellos de creatividad moldeando, soldando y puliendo los recortes sobrantes para “reencarnarlos” en un racimo de uvas, un pez espada, un caballo, una lámpara de pie, o una mano que he conseguido rescatar. Un emigrante perchelero que se quedaría maravillado con Midjourney, pero que nunca dejaría de crear objetos con sus manos, la herramienta física más perfecta y difícil de reproducir.
Pienso seguir con mi cuaderno de bocetos mientras asimilaré, a mi ritmo y como pueda, los cambios exponenciales que no cesan de transformar nuestras vidas. Considero que tengo la obligación de estar al día, aunque sea simplemente para ser capaz de mantener una conversación geek con mis hijos.
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Arquitecto coordinador de ejecución en el Estudio Ángel Asenjo y Asociados de Málaga
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