Imagínate por un momento a Antoine de Saint-Exupery perdido en algún recóndito lugar del Sahara, acompañado por un muchachito que inesperadamente acaba de encontrarse en este inhóspito escenario de arena dorada, alejado de todo. Está punto de salirse del guion universalmente conocido del Principito:
–Pero… ¿qué haces tú aquí?
–¡Por favor… píntame un cordero!
Cuando el misterio es tan impresionante, uno no se atreve a contravenir. Por absurdo que aquello pareciera, a mil millas de distancia de algún lugar habitado y en peligro de muerte, saqué del bolsillo una hoja de papel y un lápiz. Recordé que yo había estudiado geografía, historia, cálculo y algo de arquitectura, hacía tiempo que no dibujaba y le dije al muchachito que, a cambio antes tendría que dibujarme una casa. Ni corto ni perezoso me quitó el lápiz y el papel. Unos pocos segundos le bastaron.
-Toma, aquí tienes tu casa, ¡Ahora píntame un cordero!
Su dibujo se resumía en un cuadrado rematado por un triángulo. Completó el conjunto geométrico con otros cuadriláteros, que inequívocamente evocaban la puerta, una ventana y la chimenea…
Cuando un niño (aunque no sea principito) dibuja una casa, siempre lo hace de la misma manera, asociando el cuadrado y el triángulo. Una forma abstracta consensuada que todos tenemos interiorizados. Un símbolo gráfico que toma todo su significado gracias al triangulo, la cubierta, el elemento determinante para que podamos inmediatamente relacionarlo con una casa. No puede haber vivienda sin tejado que nos resguarde de las inclemencias climáticas, ya sea del sol o de la lluvia.
Hoy en día, aquella cubierta a dos aguas que “mi” principito dibujó se ha allanado para convertirse en uno de los lugares más codiciado de cualquier edificio, y más aún si es un residencial. Más allá de su función primitiva de aislamiento térmico y estanqueidad, la cubierta ha ampliado su registro a nuevos usos y diseños para finalmente ser una de las grandes protagonistas de casi cualquier promoción.
Aunque parezca algo “novedoso” en nuestro sector, la metamorfosis de las cubiertas parece originarse en Manhattan, año 1883, con la construcción del Casino Teatro de Rudolph Aronson, diseñado por Francis Kimball y Thomas Wisedell. El promotor quería reproducir en su ciudad los Jardines de los Campos Elíseos que tanto apreciaba. El alto precio del suelo neoyorquino llevó a los arquitectos a proyectar una cubierta-jardín abierta al público que permitía acoger conciertos al aire libre. La propuesta fue un rotundo éxito, que contagió a muchos otros edificios de la ciudad, llevando el New York Times a titular, diez años después de la inauguración, «New York is fast becoming a city of roof gardens”. La cubierta dejaba su papel meramente técnico de protección, para convertirse en el anfitrión de toda clase de actividades. El edificio fue demolido en 1930.
Las alturas arquitectónicas no fueron siempre las más codiciadas. En los edificios anteriores al siglo XX, las plantas altas eran despreciadas y ocupadas sobre todo por la clase obrera. Aquellas plantas solían tener techos más bajos, agua corriente inexistente, o limitada, y estaban provistos de una escalera de acceso independiente del resto del edificio. Fue a partir de 1857, cuando Elisha Graves Otis inauguraba el primer ascensor del mundo, que todo cambió. Aquello, junto con otros avances constructivos, como las estructuras metálicas, significó el inicio de la carrera por la altura y el incremento de la valorización inmobiliaria de las plantas superiores, invirtiendo las “normas” sociales arquitectónicas.
Hoy en día, después de varias décadas de transformaciones más o menos acertadas, la mal llamada 5ª fachada, se asemeja mucho al concepto de terraza-jardín desarrollado por Le Corbusier en “Los cincos puntos de la nueva arquitectura” (1927) y culminado en la cubierta de La Cité Radieuse de Marsella. El edificio, de 337 pisos con 23 tipologías distintas y un hotel de 21 habitaciones, acoge en su azotea una guardería, una piscina infantil, una zona de juegos, un gimnasio, un solárium y un escenario. El arquitecto no visualizó una 5ª fachada, aprovechó una superficie horizontal, a 60 metros de altura, para diseñar una plaza, llenándola de vida y actividades: “Os doy una herramienta, os toca a vosotros utilizarla” (Le Corbusier, el día de la inauguración).
Actualmente se ha generalizado el hecho de darle un papel concreto a la cubierta, aprovechando cada metro cuadrado para uso y disfrute de los propietarios. Atrás se quedó aquella zona alejada de la vista del arquitecto y del peatón, que se derrochaba almacenando de cualquier manera todo lo antiestético (pero necesario) de un residencial: chimeneas, unidades de climatización, ventilación, placas solares…todo ello con acceso restringido al mantenimiento de las instalaciones.
La densificación urbana, la toma de consciencia de la necesidad de espacio al aire libre en ciudades, la búsqueda de lugares donde tomar distancia y disfrutar del momento, hacen que las ultimas plantas de nuestras promociones sean las más deseadas. Allí, en las alturas, alejados de la superficie de nuestra ciudad, encontramos mucho de lo que echamos de menos: tranquilidad, silencio, aire, espacio y el horizonte.
Áticos, solárium o cubiertas comunitarias son ingredientes obligatorios en cualquier proyecto plurifamiliar actual. Se reduce a lo estrictamente necesario la ocupación de este espacio con instalaciones, dejando el protagonismo a amplias terrazas, piscinas y zonas de estancia. La emancipación de las cubiertas está aportado un valor añadido a los conjuntos residenciales y un nuevo argumento comercial en un mercado cada vez más exigente. Mi primera experiencia profesional relacionada con este tema fue con el edificio Sky Garden en Teatinos, para la promotora Momentum Reim. El proyecto, muy trabajado por nuestro equipo, acabó con una cubierta ajardinada y una piscina infinity con espectaculares vistas 360º de toda la ciudad. La promoción se entregó hace un par de años, me consta que los propietarios disfrutan y valoran su exclusivo rooftop, así como los más de 3.000 m2 de diáfana comunitaria con usos polivalentes.
Una tendencia que está llevando a muchas ciudades a repensar e incentivar la reforma de cubiertas desaprovechadas en edificios ya existentes, mediante su vegetalización con huertos urbanos o pequeños invernaderos. Una opción más, para fomentar la vida comunitaria de cualquier edificio.
Aquella superficie de antaño, tradicionalmente inclinada e inaccesible, ha acabado convirtiéndose en un atractivo suelo a disposición del arquitecto y de la promotora. Un lugar que tendrá el reto de compaginar el ocio con la captación de renovables y convertir, en un futuro no muy lejano, nuestros edificios en consumidores energéticos neto cero.
Pero antes, si tienes la suerte de vivir en un conjunto con cubierta comunitaria, no dudes en subir y disfrutar de ella…ya sea acompañado de un ejemplar del Principito, o no. Acabo de volver a leerlo y me ha traído muchos recuerdos.
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Arquitecto coordinador de ejecución en el Estudio Ángel Asenjo y Asociados de Málaga
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