Hace mucho tiempo que, en nuestro universo profesional donde las líneas se convierten en estructuras y la creatividad da forma a mundos tridimensionales en los que conviven personas, nos aventuramos con promociones residenciales, ocultas detrás de deslumbrantes fachadas y diseños futuristas. Unas galaxias arquitectónicas, donde los arquitectos somos los héroes y villanos de nuestras propias historias que ocultan un misterioso lado oscuro amenazando con eclipsar la luminosidad de nuestras creaciones.
La arquitectura es una profesión compleja con sus matices y multitud de personajes. Llevo más de 25 años ejerciéndola, un tiempo durante el cual he tenido que cruzar, una cuantas veces, el umbral de la luz. Allí descubrí las largas sombras que yacen detrás de nuestros planos y estructuras gigantescas con las que llenamos el paisaje urbano. Más allá de las brillantes estrellas de mi profesión, existen dilemas éticos, tensiones competitivas y complejidades psicológicas que acechan en los recovecos de nuestra mente creativa. Tentaciones oscuras de las cuales nuestra extensa formación académica no nos advirtió. Algunos compañeros se reconocerán, otros recordarán una anécdota ocurrida en un encuentro fortuito o durante una tensa reunión. Que no se preocupen los lectores ajenos a nuestro sector, ninguna profesión está libre de pecados, nadie es perfecto…ni siquiera los arquitectos.
«La verdadera fuerza de la arquitectura reside en su capacidad para fusionar la funcionalidad con la belleza, creando espacios que inspiran y perduran en la memoria» (Daniel Libeskind). Nuestros maestros arquitectos son numerosos, cada uno con su propio estilo y discurso, pero siempre con una pasión común por el diseño y la creatividad, nuestra fuerza. Un poder imaginativo que germina en nuestro interior durante la etapa universitaria, y que intentamos dominar mientras desarrollamos nuestra carrera profesional deslizándonos frecuentemente hacia un exceso de confianza combinado con una cierta euforia. Algunos, impulsados por un fuerte ego, pueden ser percibidos como arrogantes, llegando a dificultar la colaboración efectiva con otros profesionales del sector y generando tensiones en los equipos de trabajo.
“La arquitectura empieza donde la ingeniería termina” (Walter Gropius). Tenemos cierta tendencia a ver a los ingenieros como aquellos invitados a los que avisamos a última hora para la fiesta que vamos a montar. Sobrevalorando nuestro conocimiento técnico-artístico iniciamos los proyectos en solitario para incorporar la ingeniería una vez que el diseño es validado por el cliente. Es un error estratégico que afortunadamente estamos corrigiendo. Las instalaciones son cada vez más complejas y, desgraciadamente, la estructura sigue condicionada por la ley de la gravedad, por mucho que nos empeñemos en ignorarlo. Aunque nos resistimos a admitirlo, la incorporación de la ingeniería en fases tempranas de un proyecto es la garantía de un producto funcional y optimizado en todas sus facetas.
Desafortunadamente para nuestra profesión no somos corporativistas, sino todo lo contrario. Desconozco el origen de tal conducta, quizás nuestra formación tenga parte de responsabilidad. Solemos ser muy críticos con otros proyectos, aun sabiendo que el resultado final de un diseño es la consecuencia de muchas decisiones y casuísticas ajenas al arquitecto. Tenemos cierta facilidad para ir en contra de nuestra propia profesión. Una triste realidad que la liberalización de los honorarios dejó patente: auto menospreciamos nuestro trabajo con tal de llevarnos aquel contrato, aunque sea a perdidas. Incluso hemos llegado al punto en el que algunos compañeros se dedican exclusivamente a rastrear las nuevas promociones residenciales, ofreciendo sus servicios a las comunidades de propietarios para redactar gratuitamente un informe arquitectónico e urbanístico del edificio, a cambio de un porcentaje sobre las reclamaciones económicas que irán dirigidas al arquitecto redactor, el promotor y la constructora.
“En la actualidad los arquitectos ya no hacen de arquitectos porque han abandonado sus compromisos, se han sacado de encima el trabajo molesto, cómo dirigir las obras o calcular las estructuras, labores que han traspasado a otros profesionales” (Orio Bohigas). Es un hecho, hemos progresivamente abandonado nuestro expertise técnico a otros profesionales como los aparejadores o ingenieros y el diseño a los arquitectos de interiores. Hemos cedido el control de nuestros proyectos. Flaqueamos en el momento de convencer que nuestros servicios tienen un valor. Nuestra labor no se acaba en el Proyecto Básico o el de Ejecución. Tenemos que volver a la obra para defender nuestro trabajo y evitar que no se diluye en manos de constructoras centradas en sus intereses particulares. Tampoco podemos seguir totalmente desvinculados de las decisiones tomadas en el acondicionamiento estético de los espacios de nuestros proyectos.
Nuestra formación académica es extensa y pluridisciplinar, pero es mejorable, tiene ciertas carencias. Una de ellas son las finanzas y las habilidades empresariales: “Aquí tengo una incómoda verdad para vosotros: los estudios de arquitectura son entidades capitalistas que se sostienen ganando dinero y generando beneficios. Sin embargo, las palabras «ventas» o «comercial» no son especialmente populares entre los arquitectos” (Jan Knikker, How to win work, 2021). Tenemos que esforzarnos en mejorar nuestros conocimientos empresariales para poder establecer una estrategia económica sostenible en el tiempo. Sin facturación no somos nadie. Optimizar los procedimientos, los diseños y con ello mejorar la productividad de la empresa, es parte de nuestro trabajo. Nos dejamos llevar por la ilusión que nos trasmite un proyecto mientras menospreciamos los procesos, convencidos de que podrían perjudicar a nuestra creatividad.
El marketing y la labores comerciales son parte de la esencia de una empresa y que erróneamente consideramos ajenos a nuestra actividad. La realidad es que diseñamos productos que tienen que venderse si queremos seguir trabajando en esto. La capacidad de comunicar eficazmente, generar reconocimiento de marca y establecer relaciones sólidas con clientes, colaboradores y la sociedad en general, se vuelve indispensable. No se trata únicamente de promocionar los proyectos realizados, sino también de transmitir la visión, los valores y la identidad distintiva de nuestro estudio. No dependemos solamente de la calidad de nuestras obras, sino también de la percepción y la confianza que inspiremos en clientes potenciales, inversionistas y la opinión pública en general. La participación en eventos del sector, la colaboración con medios de comunicación especializados y la gestión proactiva de la presencia en redes sociales son estrategias clave para fortalecer nuestra imagen y posicionamiento. Algunos tenemos esa habilidad comunicativa innata y otros la tienen que mejorar (formo parte del segundo grupo): en OMA aún recuerdan a aquel joven arquitecto danés introvertido y poco hablador que contrataron para sus prácticas. Hoy en día dirige su propio estudio, mundialmente conocido, y es un referente en el arte de la comunicación arquitectónica en todo tipo de medios. Su nombre es Bjarke Ingels.
No nos caracterizamos por ser una profesión innovadora. Aunque la arquitectura es un campo que abraza la creatividad y la experimentación, también es cierto que muchos de los nuestros muestran cierta reticencia hacia el cambio y la adopción de nuevas tecnologías, aunque hay excepciones que confirman la regla. Somos humanos, nos aferramos a lo que conocemos y dominamos, mostrando escepticismo hacia las nuevas herramientas o procesos que podrían desafiar nuestra expertise o rutina de trabajo. La presión por cumplir con plazos cada vez más ajustados y presupuestos limitados podría explicar parte del rechazo en invertir tiempo y recursos en explorar nuevas ideas o tecnologías que estimamos disruptivas e innecesarias. Es un camino arriesgado. La industria evoluciona y se enfrenta a desafíos cada vez más complejos, la necesidad de adaptación y transformación se vuelve inevitable. Los arquitectos que consigan superar la resistencia a la innovación, abrazar la creatividad y la experimentación, tienen la oportunidad de liderar el camino hacia un futuro más dinámico y sostenible en su profesión.
No te engañes, mi intención no es ser pesimista. Todo lo expuesto anteriormente no significa que nuestro universo profesional esté inmerso en una profunda oscuridad, sino que podemos distinguir un amplio espectro de grises e incluso una galaxia de luz cegadora que no para de crecer: las nuevas generaciones de arquitectos. Jóvenes profesionales, armados con una visión renovada y comprometidos con los desafíos del mundo que nos rodea, están redefiniendo la esencia de la arquitectura. Tienen un enfoque que pone énfasis en la sostenibilidad, la inclusividad y la responsabilidad social, marcando un cambio positivo y necesario en nuestra profesión. Una renovación de nuestra fuerza. La saga continuará…
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Arquitecto coordinador de ejecución en el Estudio Ángel Asenjo y Asociados de Málaga
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